“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro”. (Salmos 24:3-4a).
Estamos a punto de ver una demostración generalizada del poder milagroso de Dios en toda esta Tierra. Los ciegos verán, los sordos oirán, los cojos andarán, los muertos serán resucitados, y las personas serán sanadas toda enfermedad. No tengo dudas de que Dios se está preparando para obrar así una vez más.
La pregunta es: ¿Se consagrará el pueblo de Dios para este obrar, y estará intacta nuestra integridad?. El hecho de que una persona tenga una poderosa unción para hacer cualquiera de los milagros que hemos mencionado no significa que ande en santidad delante del Señor. En la historia de los avivamientos, algunas veces, Dios ha elegido a personas que vivían en pecado para ser conductos de su poder sanador. Pero eso no significa que esto sea lo que Él desea. Antes de cruzar el Jordán, Josué les ordenó a los israelitas que se consagraran a Dios (ver Josué 3:5). ¡Dios nos pide lo mismo a nosotros hoy!.
Es hora de convertirnos en personas de carácter firme que viven a la luz de la santidad de Dios. Es hora de dejar a un lado nuestros hábitos de rodearnos de pecado e iniquidad. Es hora de que creamos que la gracia de Dios nos enseña “que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).
Oración intercesora
“Padre celestial, te pido que me hagas una persona íntegra. Oro para que me cautives con tu amor y me liberes de las cadenas del pecado y las concesiones. ¡Gracias por salvarme y por perdonar todos mis pecados!”