A pesar de saber que la electricidad no estaba funcionando en nuestra casa después de una tormenta fuerte (un inconveniente habitual en nuestro vecindario), instintivamente apreté la perilla de la luz cuando entré en el cuarto. Por supuesto, no sucedió nada. Seguí envuelta de oscuridad.

Esa experiencia me hizo recordar de manera vívida una verdad espiritual: demasiado a menudo esperamos tener poder cuando no dependemos del Espíritu.

En 1 Tesalonicenses, Pablo escribió sobre cómo Dios hizo que el evangelio «no llegara en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre» (1:5). Y cuando aceptamos el perdón de Dios, los creyentes también tenemos acceso inmediato al poder de su Espíritu en nuestra vida. Ese poder desarrolla en nosotros características como amor, gozo, paz y paciencia (Gálatas 5:22-23), y nos capacita con dones para servir en la iglesia, incluidos enseñar, servir y liderar (1 Corintios 12:28).

Pablo advirtió a sus lectores que es posible «[apagar] al Espíritu» (1 Tesalonicenses 5:19). Podemos restringir el poder del Espíritu al ignorar la presencia de Dios y rechazar su obra de convicción (Juan 16:8). Pero no tenemos por qué vivir desconectados de Él. Su poder siempre está disponible para sus hijos.