La Palabra de Dios, la Biblia, nos dice algo maravilloso en 2 Corintios 6:18 (NBLA):

«Y ustedes serán para Mí hijos e hijas», dice el Señor Todopoderoso».

¡Qué privilegio es ser hijos de Dios! No hay nada en este mundo que pudiéramos hacer para ser sus hijos; fue necesario que Jesús, siendo Santo, muriera en la cruz por nuestros pecados, para que pudiéramos ser perdonados cuando nos acercamos a Él y abrimos nuestro corazón para que habite en él.

Cuando le pedimos perdón por nuestros pecados, Jesús nos lava con su Sangre Preciosa, la que derramó por nosotros en la cruz. Sin haber hecho nada para merecerlo, recibimos su perdón y nos convertimos en hijos de Dios, ya no sólo su creación. Es un regalo inmerecido que debemos agradecer siendo fieles a Él, caminando de su mano toda la vida.

Por eso hoy le podemos decir a Dios: ¡Feliz Día, Papá! Él es nuestro Padre Celestial. Si usted, como yo, ya no tiene a su papá a su lado, puede sentirse amado y decirle: ¡Feliz Día, Dios! Usted no está solo; tiene al mejor Papá del Mundo, porque su Amor es Eterno. Nunca dejará de amarlo ni lo abandonará jamás. La palabra «Abba» significa: Papito Querido.

El que permitió con su sacrificio que tengamos a Dios como Padre fue precisamente Jesús, quien, sin importarle el tremendo sacrificio que le esperaba, por obediencia al Padre y por amor a usted, se entregó a la muerte. Se puso en su lugar, ese lugar que merecíamos como pecadores. Él, siendo Santo, murió en nuestro lugar para darnos Salvación y Vida Eterna. ¡Cuánto Amor Inmerecido!

Por eso es tan importante que usted invite a Jesús a su corazón. Si aún no lo ha hecho, aproveche esta oportunidad hoy para convertirse en hijo de Dios.

Quiero guiarlo en una oración ahora mismo. Lea conmigo esta oración en voz alta y dígale: «Señor Jesús, te abro las puertas de mi corazón; entra y vive en mí. Te pido perdón por todos mis pecados y errores; lávame con tu Sangre Preciosa. Anota mi nombre en el Libro de la Vida. Te recibo como mi Salvador y Señor de mi vida. Voy a seguirte todos los días de mi vida. Te necesito, Jesús. Trae paz a mi corazón. Confío en ti. Amén».

Lo felicito. Con estas simples palabras dichas de corazón, se ha convertido de ser una criatura de Dios a ser un hijo de Dios. Ahora quiero orar por usted:

«Querido Padre Celestial, te doy gracias por tu nuevo hijo. Lo pongo en tus manos; tú has anotado mi nombre en el Libro de la Vida para siempre. Soy salvo ahora y podré gozar de todos los privilegios de tenerte como Padre. Guárdame de todo mal, protégeme de toda plaga y enfermedad. Te doy gracias, Jesús. Lo pongo en tus manos, ahora es tuyo. Gracias, Señor. Amén».

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«Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios». Juan 1:12-13